sábado, 4 de julio de 2009

En Olivos preparan más cambios de gabinete para dos años duros


Néstor Kirchner se dio cuenta que el país había cambiado recién el domingo a la noche, en Hotel Intercontinental. Todavía no se recuperaba del shock por los resultados que arrojaban las computadoras cuando Aníbal Fernández se le acercó para decirle algo natural en cualquier otro ámbito, pero extraño en el planeta kirchnerista.

-Néstor, tenés mi renuncia a tu disposición...-, fue la frase del ministro de Seguridad y Justicia.

-No Aníbal, quedate tranquilo..., vamos a seguir peleando-, le dijo un Kirchner golpeado por la derrota.

Fernández se sintió aliviado y no era para menos. Además de la ratificación nocturna de Kirchner contaba con un activo fundamental en esas horas de reproches a los gritos. El ex presidente había vencido con comodidad en Quilmes, el pago chico bonaerense del ministro.

También había pasado la prueba de la pelea local el ministro del Interior, Florencio Randazzo, quien logró que Kirchner fuera vencedor en Chivilcoy, uno de los pocos triunfos en el interior bonaerense. Sin embargo, Randazzo debió penar por la derrota ya que era el encargado del armado político y de coordinar a los bravos intendentes del conurbano, que jugaron a dos puntas desatando la ira kirchnerista.

El otro ministro al que se vió por allí, Sergio Massa, también sufrió la intemperancia porque el ex presidente -aunque ganó- sacó en Tigre unos cuántos votos menos que Malena, la esposa del jefe de gabinete que era candidata a concejal. Sólo la obnubilación de la derrota no le permitió a Kirchner advertir que su elección en Tigre dobló lo conseguido en San Isidro, Vicente López y San Fernando, los otros distritos de la zona norte del Gran Buenos Aires que tienen una conformación social similar a la de Tigre. Aquel grito de campaña del ex presidente (“Los argentinos ahora somos dueños de Nordelta”) impulsó en esos barrios prósperos del delta un corte de boleta salvaje en contra de Kirchner, claro.

Las perfomances locales de los ministros kirchneristas, pese a que incluyeron sendos triunfos del ex presidente, no liquidó todavía la posibilidad de que alguno de ellos -o todos ellos- dejen finalmente el gabinete. En la Quinta de Olivos, hoy más solitaria que nunca, Kirchner evalúa junto a Cristina cuál debe ser la dimensión final del cambio como para insuflarle más fuerza a una gestión debilitada que tiene todavía dos años y medio más por delante.

Una de las hipótesis de trabajo es tener para el 9 de julio un gabinete más remozado. Reacios desde siempre a los cambios impactantes, los Kirchner saben que los reemplazos de Graciela Ocaña en Salud y Ricardo Jaime en Transportes no alcanzan para convencer a nadie de que se está ante la rectificación necesaria que impone una derrota electoral como la del domingo.

Tal vez Massa esté más cerca de dejar la Casa Rosada que sus colegas Fernández y Randazzo. La decisión aún no está tomada.

El ex presidente diseña para los tiempos duros que vienen un plan que tiene como prioridad no ofrecer flancos para la crítica que le espera. Le dejó la presidencia del PJ a Daniel Scioli, clavando tal vez la última estaca en la carrera política que registraba hasta hace poco la imagen positiva más envidiada de la Argentina. Los gobernadores peronistas que ganaron el domingo gastan en Scioli todas las barbaridades que tenían guardadas para Kirchner. Injusto, pero es el precio que está pagando por su lealtad.

En Olivos se espera también la andanada de los sectores empresarios, la de la dirigencia del campo pero lo que más se teme es el recalentamiento de la actividad judicial. Las leyes zigzagueantes del poder indican que las causas contra los funcionarios se multiplican cuando se avizora el final de un ciclo político. La salida de Jaime (con 16 causas abiertas) es la primera señal de que los Kirchner ya se preparan para una batalla que será larga y será cruenta.

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