martes, 16 de febrero de 2010

La crisis de la deuda griega se extiende en Europa y está llegando a Estados Unidos

El rojo fiscal estadounidense es muy preocupante. Según previsiones de la Casa Blanca, la deuda federal bruta del país superará el 100% del PBI en sólo dos años.

Comenzó en Atenas y se extendió a Lisboa y Madrid, pero sería un grave error asumir que la crisis de deuda soberana afectará solo a las economías más débiles de la eurozona. Estamos ante una crisis fiscal del mundo occidental y las ramificaciones son más profundas de lo que la mayoría de los inversores cree.

Hay un rasgo característico de la crisis de la eurozona. Dada la forma en la que se diseñó la Unión Monetaria Europea, no hay un mecanismo de rescate al gobierno griego por parte de la Unión Europea, de otros estados miembros o del Banco Central Europeo. Es cierto que el Consejo Europeo puede ampararse en el Artículo 122 para acudir en ayuda de un estado miembro que se vea “seriamente amenazado por graves dificultades provocadas por desastres naturales o hechos excepcionales que escapen a su control”, pero en este momento nadie parece dispuesto a aceptar la idea de que el déficit griego es una especie de designio divino.

Grecia tampoco puede devaluar su moneda, como habría hecho con el dracma antes de entrar en la Unión Monetaria. Tampoco hay un mecanismo para que el país pueda abandonar la eurozona.

Aún así, las idiosincrasias de la eurozona no deberían hacernos olvidar la naturaleza general de la crisis fiscal que afecta a la mayor parte de las economías occidentales: el problema es básicamente el mismo en Islandia, Irlanda, Reino Unido o Estados Unidos; lo único que varía es el tamaño. En primer lugar, el impacto del gasto público ha sido muy inferior a lo que esperaban los defensores del plan de estímulo. En segundo lugar, ya que vivimos en un mundo globalizado, hay un elevado riesgo de que el dinero que se deposita en una economía abierta acabe en otros países. Por último, los efectos de las crisis de deuda pública son mucho más inmediatos de lo que pensamos. La peor parte se la lleva la eurozona, ya que los inversores, cuando están inquietos, recurren al “refugio seguro” de la deuda estadounidense. No obstante, con analizar un poco la situación fiscal del gobierno federal, por no mencionar la de los estados, nos daremos cuenta de la falacia que rodea al concepto de “refugio seguro”.

Según las últimas previsiones de la Casa Blanca, la deuda federal bruta superará el 100% del PBI en sólo dos años.

El Fondo Monetario Internacional publicó hace poco un informe sobre los ajustes fiscales que las economías desarrolladas necesitarían realizar para recuperar la estabilidad fiscal en la próxima década. Los peor parados resultaron ser Japón y el Reino Unido, con un ajuste fiscal del 13% del PBI, seguidos de Irlanda, España y Grecia, con un 9%. En sexto lugar aparecía EE.UU. que, según los criterios del FMI, necesitaría ajustar su política fiscal en 8% del PBI.

Este mes la agencia Moody’s advirtió que no debe darse por hecho que se va a mantener la calificación AAA para la deuda de EE.UU. La advertencia recuerda lo que planteó Larry Summers antes de volver al Ejecutivo: “¿Durante cuánto tiempo puede seguir siendo la primera potencia mundial el mayor tomador de préstamos del mundo?”. Parece apropiado que la crisis fiscal de Occidente haya empezado en Grecia, cuna de la civilización occidental. No tardará en cruzar el Canal y llegar al Reino Unido. Pero la cuestión es cuándo llegará esa crisis al último bastión del poder occidental, al otro lado del Atlántico.

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