sábado, 11 de septiembre de 2010

La moneda brasileña, una aliada en la estrategia del peso fuerte de la gestión K

La estrategia cambiaria del gobierno es simple: atrasar todo lo que se pueda el tipo de cambio real para estimular el consumo privado y ‘administrar’, o al menos no acelerar, la tasa de inflación. La paradoja es que un modelo que se basó, en sus comienzos, en el dólar competitivo y estable, en la idea de sustituir importaciones, haya caído en creer en el mito del atraso cambiario, convencido de que una moneda fuerte es una estrategia óptima en las etapas previas a las elecciones.

Este atraso (un dólar congelado en los 4 pesos) es resultado de la peor de las fórmulas (una inflación de 25% anual). Claramente, se desalienta la inversión en los sectores exportadores y, más críticamente, en aquellos que compiten con las cada vez más crecientes importaciones.

Así, también se resiente la creación de empleo, en momentos en que la recuperación de la actividad revela la escasa dinámica del mercado laboral.

En el último año, el peso se apreció 13% respecto del dólar, 23% frente al euro, 12% respecto del yuan y 6% frente al peso chileno. El tipo de cambio multilateral –la medida del mix de comercio internacional argentino– también cayó 11%.

Curiosamente, ya que la historia dice que ha sido con frecuencia un problema por sus devaluaciones, es el nivel de la moneda brasileña la única, pero sustancial, aliada de la estrategia del peso fuerte de la administración K.

Las ventas a Brasil son más de 20% de las exportaciones totales, y la apreciación nominal del real (muy importante en estos años) permite sostener su competitividad–precio.

Aun cuando en rigor los últimos doce meses hubo una leve apreciación del peso frente a la moneda brasileña (explicada por las significativas diferencias en las tasas de inflación), el nivel actual del tipo de cambio bilateral sigue siendo muy favorable para las exportaciones a ese mercado, superior incluso a los niveles de los primeros tiempos posdevaluación 2002 y entre los más altos desde 2000. Esto es central para entender por qué no son masivos los reclamos de los sectores productivos por el ¿peso fuerte?.

Hay en Brasil un incipiente debate sobre la sostenibilidad de este super real, fundamentalmente por el persistente y creciente déficit en las cuentas externas. Sin embargo, es un poco arriesgado pronosticar en un horizonte de un año al menos una importante devaluación de esa moneda.

El súper real facilita que puedan esconderse algunos efectos del atraso cambiario. En particular, no hay invasión de productos brasileños en el mercado local, y las manufacturas industriales y agropecuarias (por fuera de las reguladas ventas de automóviles) tienen un importante nicho de penetración. Pero la política cambiaria debe ser potestad de los funcionarios argentinos, no de extranjeros, aunque sean los principales socios comerciales y estratégicos.

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